Ya no me quedan lágrimas. Desde que llegué aquí no he derramado ni una sola. Bien dicen que en esta ciudad nunca nadie ha llorado de dolor.

Aquí todos los días saben a domingos de sol y de luna. Domingos y lunas, donde todo es eterno, donde todo pareciera que se enciende y se apaga en El Retiro.

Aquí no se duerme, sólo se vive. Aquí nadie te ama, sólo amas.

Tengo un corazón que no se acostumbra a vivir conmigo, siempre vuela al ritmo de los pájaros cuando recién amanece.

Tengo un sol que brilla pero que ha olvidado su función de dar calor.

Tengo un dolor que por fin maduró.

Estoy cansada. Es muy humano dicen. ¡Sigo viva!

Previous post Una jirafa en la luna
Next post 32 años

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *