… Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
¿Qué es el amor? Yo no lo sé. Pero, tal vez, se parece ligeramente a lo que se sentía al jugar debajo de un árbol de naranja o de cerezas en el patio de la casa de mi abuela; a la dulzura de la gente que te hace sonreír. Es la vida que pasa cuando te columpiabas con tu hermana en aquellas tardes de eterno silencio en el pueblo.
El amor debe ser más que una relación de pareja. Eso sería muy limitado y triste. Yo creo que es como cuando te das cuenta que el mes de mayo ha regresado, otra vez. Mayo de lluvias, mayo de flores, con todos sus recuerdos de los años del colegio, con sus rosarios y milagros. Es mayo que vuelve con olor a tierra mojada en las avenidas de Guatemala; recuerdos de ciclos de cine europeo, recuerdos de inicio de clases de verano en la universidad. Mayo intenso de calor, intenso de lluvia. Fue mayo que me trajo un ángel y conocí el amor de madre.
Mi amor también retoñó en un mes de mayo, en silencio. El silencio suele ser el idioma más claro. Y precisamente yo conocí el amor entre silencios y gemidos, en la ambigüedad de la alegría y del dolor. El amor abre rutas: son encuentros, es una fiesta que sucede en condiciones más o menos perfectas.
Y el tiempo pasa y me pregunto: ¿dónde está el amor? Me lo he preguntado en estos meses de hielo en mi espalda: ¿acaso está en las cartas cotidianas que escribo o se encuentra entre los manglares?
La sal, lo amargo, cualquier sensación quiero vivirla con tal de conseguir conocer lo que es el amor. Quizás el amor es un enredo de silencio, pasión y delicadeza. El amor es egoísta, a veces; sabe a rescate, a libertad, a resurrección, a sábila que sana heridas, a agonía con azúcar. Poco a poco, cuando a algo le dejas de llamar imposible, entonces, tal vez, le has conocido.
El amor es como cuando abres tus ojos y empiezas a tener dominio de ti mismo; es respirar fuerte, es dejar la carga del día a día y quitarte los bultos y todo aquello que te estorba. Despacio, despacio, se marcha todo por la puerta y quedas sólo tú y por fin descansas.
Inevitablemente, caigo en mi propia trampa porque al hablar de amor empiezo a hablar del amor de pareja, entonces podríamos decir que ese sentimiento es muy parecido a cuando ríes y se liberan las mariposas de tu cuello, echan a volar los pájaros de tus ojos, de tu boca y de tus labios.
Declaro que yo me enamoré alguna vez y después de muchos años, podría reconocerlo a él en la multitud. Lo reconozco por sus zapatos manchados de estrellas, porque conozco sus auroras indecisas, sus puentes, sus alas. Ya no sé cuánto tiempo estuvimos juntos, no sé si se tratan de años, días o segundos. Es que las cifras no son importantes cuando en este mundo frágil se viven eternidades. Dicen que es normal contar el tiempo en fracciones.
Cuando él y yo estábamos juntos, cualquier espacio se convertía en techo perfecto que nos cubría: cielos, nubes, aire o la nada. Fue cuando descubrí las islas que hay en su pecho, el mejor albergue que tan a menudo visité algunas noches. A mi amor y a mí nos bastaba su sola presencia y por eso nunca salí a pedir auxilio en mi naufragio en su espalda. Yo no sé lo que es el amor. De una cosa estoy segura y es que, de arena, minas, llamas y azahares es de lo que está compuesto el cuerpo del hombre del que un día me enamoré.