Me gusta cerrar mis ojos
porque consigo atravesar calendarios
y relojes.
Este color pálido moreno
que estoy logrando en esta costa,
esta piel frágil y rayada
es la misma que esconde y recuerda
mi naturaleza de Margay.
Pero resulta delicioso
cuando por fin no discuto con mis garras felinas
y me acepto tal como soy.
Él ama y acepta
mi vulnerable belleza de ser yo misma: Margay.
Discúlpame hoy por tomarte de la mano,
por apretujarte en mi pecho
por hacerme la idea de una posible unión contigo.
Me seco las lágrimas con mi pelo
y sólo me queda el sabor salado de recuerdos.
A cada lugar al que voy
me gusta pensar que llegarás a por mí,
te espero,
siempre lo hago ciegamente.
Todo lo que suena, veo y recuerdo
me parecen señales que me dicen que existes,
que no te he inventado.
Solo me queda hacerle una oda
a cada una de tus cartas
-decir cartas es demasiado en estos tiempos-.
Cada frase tuya habla
de tus manos solitarias
buscando –desesperadamente-
algo diferente entre las cosas cotidianas:
los niños, los viajes, el trabajo,
que me amas y me adjuntas doce besos.
Los amores son como cabos de velas,
el última fuego necesita de una nueva vela.
Resulta extraño escribir poemas sobre una fiera domesticada
que ama a un animal salvaje.