Cruzar a pie la Sierra de Gredos en España, acampar en las playas de Florida en Estados Unidos, navegar entre manglares del Océano Pacífico y convivir con la comunidad Tarahumara en la Sierra Madre mexicana no es la oferta de una agencia de viajes, sino que es parte de lo que más de 300 jóvenes de entre 16 y 17 años originarios de entre 43 países vivimos en el año 2000 durante casi dos meses en la Ruta Quetzal BBVA.

Hoy 21 de junio de 2018 se cumplen 18 años de haber iniciado el viaje que para mí significó un antes y un después en mi vida.

¿Pero qué eso de la Ruta Quetzal? En el año de 1993 se anunciaba este viaje de estudios y aventura de la siguiente manera: “Después de vivir esta expedición ya ninguno de tus viaje te parecerá suficiente”. Efectivamente, quiénes tuvimos el privilegio de realizar este viaje y como lo describieron los mismos organizadores, “la Ruta Quetzal es más que un viaje, es una expedición «iniciática», «ilustrada» y «científica» en la que – durante dos meses, se mezclan la educación en valores, la cultura y la aventura”.

Antecedentes y objetivos del viaje
En 1979 y por sugerencia del entonces S.M. el Rey de España, Juan Carlos I, el periodista Miguel de la Quadra-Salcedo creó este programa con el objetivo de consolidar entre la juventud los cimientos de la Comunidad Iberoamericana de Naciones entre todos los países de habla hispana, incluidos Brasil y Portugal.

En sus treinta y una ediciones, la expedición recorrió América y Europa siguiendo siempre las huellas de personajes cruciales en la historia de la Comunidad Iberoamericana, dando especial importancia a las culturas precolombinas y a las épocas de la independencia de los países iberoamericanos, sin olvidar las tres culturas que España pasó a América: la islámica, la judía y la cristiana.

A través de un riguroso proceso de selección, los expedicionarios eran elegidos entre los mejores estudiantes de cada país. De esta forma, más de 10,000 jóvenes procedentes de cerca de 60 países de Europa, América y otros íntimamente relacionados con la historia de España como Marruecos, Guinea Ecuatorial o Filipinas, tuvieron la oportunidad de viajar y descubrir las dimensiones humanas, geográficas e históricas de otras culturas tan diferentes a las suyas como puedan ser las viejas civilizaciones mediterráneas o las culturas precolombinas, muy distantes en el espacio y en la concepción de la vida, pero al mismo tiempo fusionadas en un fructífero mestizaje que todavía hoy conforma decisivamente nuestro mundo.

Esto permitía profundizar en cada una de las formas de vida y costumbres que se encontraban en el itinerario de viaje, comprendiendo así un mestizaje cultural trasmitido de generación en generación hasta nuestros días. Valores que nuestra civilización, moderna y materialista, ha ido perdiendo poco a poco con el tiempo.

A lo largo de su historia, estas expediciones culturales tuvieron dos etapas claramente definidas. En una primera fase, que se inició en 1979 hasta 1992, las expediciones, conocidas genéricamente como “Aventura 92”, cumplieron un objetivo primordial: preparar la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América.

Una vez cumplida la celebración centenaria de 1992, el programa pasa a depender del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, a través de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica. Desde el año 2005 es, además, un programa adscrito a la Secretaría General Iberoamericana.

Cada año, la expedición fue recibida por SS.MM. los Reyes de España y participaron en recepciones y actos oficiales con los presidentes de gobierno de España y de los países Iberoamericanos visitados, así como con presidentes de comunidades autónomas, gobernadores y otras personalidades.

Desde 1990, fue un programa declarado de «Interés Universal» por la UNESCO, y como tal desempeñó diferentes actividades a lo largo de las últimas ediciones del programa. Asimismo los gobiernos de los países protagonistas de las expediciones lo declararon de “Interés Nacional” en cada país y colaboraron en él a través de sus ministerios de Cultura, Turismo y Defensa.

Programa académico
Durante la expedición los becarios asistíamos a un Programa Académico dirigido por la Universidad Complutense de Madrid y orientado a presentar múltiples actividades que ayudaban a despertar nuestra vocación en nuevas áreas de conocimiento.

El profesorado era cuidadosamente elegido por la Universidad Complutense de Madrid y además formaban parte de él docentes de otras universidades españolas y extranjeras, instituciones científicas y tecnológicas, así como artistas y artesanos de cada país, que colaboraban en cada expedición.

El Programa Académico estaba orientado a impulsar las relaciones históricas y de futuro entre Europa y América en completa unión con las ciencias y técnicas de nuestro tiempo. La realización del “Aula itinerante”, ayudaba a crear una mejor relación entre los participantes de todos los países iberoamericanos. Jóvenes que a partir de la conmemoración, en 1992, del V Centenario del Descubrimiento de América, han iniciado el relevo de las generaciones pasadas, con un mayor conocimiento de la historia común que nació del Encuentro de Dos Mundos.

En las expediciones se desarrollaban cursos, seminarios, talleres, conferencias y coloquios en los que intervinieron escritores de la talla de Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Antonio Gala, Fernando Sánchez Dragó, Baltasar Porcel, Alfonso Ussía, Alberto Vázquez Figueroa, Mario Monteforte, Augusto Roa Bastos, Arturo Uslar Pietri, Álvaro Mutis, Miguel León Portilla, entre otros, que versaron sobre la historia común de los países iberoamericanos. Se realizaron más de 400 horas lectivas dedicadas a impartir clases sobre temas geográficos, literarios, artísticos y económicos. La arqueología, antropología, biología, etnografía o zoología también han formado parte del plan didáctico previsto para cada edición, a través de diversos seminarios.

Especial atención se prestaba igualmente al desarrollo de actividades deportivas, que contribuyeron al fortalecimiento de vínculos personales entre los expedicionarios. El programa era impartido por especialistas del Instituto Nacional de Educación Física y contaba con la organización del Consejo Superior de Deportes.

Expediciones Carolinas a las Tierras de América del Norte
La aventura cultural que yo realicé en el año 2000, dirigida por Miguel de la Quadra Salcedo, o el “aula itinerante”, como él mismo la definía, recorrió miles de kilómetros por España, Estados Unidos y México siguiendo las huellas históricas del reinado de Carlos I de España y V de Alemania, en una escuela de convivencia y conocimiento. En ese año se conmemoraba el V centenario de su nacimiento.

Carlos I tenía 17 años, como nosotros en ese momento, cuando desembarcó en Villaviciosa, Asturias, para conocer España. Hicimos el mismo viaje que hizo Carlos I en su primer viaje por España. Lo hemos hecho desde la costa Cantábrica, pasando por Santo Toribio de Liébana, la reserva del Saja, la Garganta del Cares, Palencia o Ampudia. También Tordesillas, Segovia y Toledo nos recibieron.

Los 43 países representados, recorrimos desiertos, ciudades y ruinas históricas, selvas tropicales y terrenos de alta montaña. A los latinos nos impresionaban los castillos, y más aún tener la oportunidad de dormir en uno de ellos. A los europeos les sorprendía nuestro carácter de latinos.

La aventura inició en Madrid, con la recepción de Don Juan Carlos en el Palacio del Pardo. El viaje tenía un ritmo intenso, todo tipo campamento, y era extraño dormir dos veces seguidas en la misma ciudad y al menos 5 horas diarias. Unos días se improvisaba un campamento de tiendas de campaña, otras en el suelo de un polideportivo que nos recibía realmente agotados. Era normal por eso dar cabezazos durante las conferencias del programa académico, pero el interés continuaba en cada uno. No en vano, todos los que ganamos una plaza éramos modestos expertos en la materia impartida.

La música era fundamental, nos acompaña durante el viaje el organista Antonio Baciero y el violinista checo Jiri Sommer y tener conciertos en lugares inimaginables era lo normal en el viaje.

En Estados Unidos y México la parte académica estaba a cargo de universidades locales: la Universidad de Alburquerque y la Universidad Nacional Autónoma de México, respectivamente. Miguel de la Quadra, erudito y excelente escenógrafo, añadía la emoción a las clases, encontrando siempre la aventura histórica, el recuerdo vivo de hombres de otro tiempo.

No todo era estudio. También había deportes, como el esgrima. El sueco Martin Kronlund, de 84 años, veterano de los Juegos Olímpicos, nos enseñó a manejar el sable y el florete junto al Monasterio de Yuste, en España. Recorrimos 24 kilómetros entre montañas, buscando el retiro del emperador: él hizo el camino llevado en andas por paisanos de Tornavacas, nosotros a pie. En Extremadura conocimos Guadalupe, Jerez de los Caballeros y Barcarrota, donde nació Hernando de Soto, también en 1500.

El hilo de esta historia antigua traslada la expedición hasta Florida, donde aterrizamos cerca de Tampa, como hiciera este extremeño que descubrió el Misisipí, el profundo sur tan estadounidense, tan español. En Alburquerque y Santa Fe, en Nuevo México junto a los indios pueblo aprendimos a curtir cueros, a tejer y amasar pan. Después cruzamos la frontera mexicana, como hizo Cabeza de Vaca en su odisea. 500 años antes, Alvar Núñez Cabeza de Vaca naufragó en Florida y anduvo durante 10 años con tres compañeros hasta encontrar compatriotas al norte de México.

Quizás, uno de los paisajes que más me impresionó fue el de la Sierra Madre, Chihuaha, México. En sus mesetas de 3000 metros de altitud, en sus barrancas, como la del Cobre, más profundas que el cercano Cañón de Colorado, junto a sus impresionantes cataratas, viven los Tarahumaras. 50,000 indígenas que conservan un sincrético catolicismo heredado de los jesuitas españoles.

Los expedicionarios llegamos a tiempo de celebrar la fiesta del Santo Patrón de los Tarahumaras en la antigua misión de San Ignacio de Arareko. Suena el violín indígena, el fagot y el oboe de los expedicionarios en un paisaje de pinos, encinas y rocas imposibles. Cuarenta niños indígenas comparten bautismo junto a la expedicionaria cubana de la Ruta Quetzal. Los expedicionarios acompañamos a los Tarahumara en una tradicional carrera nocturna a la luz de las antorchas de ocote. Los Tarahumara o pies ligeros pueden competir en carreras de 100 kilómetros que duran días. Esta vez sólo corren una hora. Lo hacen golpeando una bola de madera con un palo hasta la meta.

Tras despedirnos de los Tarahumaras, el legendario ferrocarril El Chepe Chihuahua-Pacífico nos traslada hacia la costa tropical. En San Blas, en Nayarit conocemos el puerto que abrió México a la exploración de Oriente y los galeones de Manila. Bailamos en la playa. Acampamos en las ruinas de la Contaduría española, invadidas por la jungla. La población local se vuelca con el circo de la Ruta.

Una réplica de la Virgen del Rosario, la Galeona, se entrega al pueblo para sustituir a la que ardió en el siglo XVIII. En la procesión nos mezclamos con las personas vestidas con trajes típicos huicholes. La segoviana compañía Libélula, que acompaña a la expedición, triunfa con sus títeres y las dulzainas que han acompañado con música las canciones improvisadas de la expedición.

Es la fase final del delirante viaje, quedan atrás muchos días de campamento, leguas de autobús, botas gastadas, lecciones magistrales en una formación humanista digna de escuela griega, pero sobre todo, personas que hemos sido transformados durante la semanas que duró el viaje.

El valor de la experiencia humana supera a las materias aprendidas. “La Ruta no es un veraneo”. Es ante todo una experiencia que te cambia, que deja huella. Te hace mirar el mundo con una visión más abierta. La aventura revive el viaje de iniciación como mito clásico: transforma y enseña a conocerse.

Para mí no solo significó estudiar a Carlos I, me conocí a mí misma porque viajé a mi interior. Pero este viaje, aunque sea interior, tiene una salida y una llegada, y la despedida fue en la Ciudad de México. Quizás la Ruta comenzó justo al final del viaje: cuando te incorporas a la vida anterior con un nuevo espíritu. Creo que después de este viaje, a casa llega primero solo el cuerpo, pasan semanas para que llegue la cabeza a poner en orden lo vivido, verlo en perspectiva y darle su justa dimensión.

En el acto de clausura, en el Templo Mayor de México D.F., el escritor y académico Miguel León nos dice: “Hay que reivindicar la aldea global. Pero no la que pretende igualar todas las culturas, sino la que enriquece exaltando la diferencia. La que vosotros representáis”.

Las emociones se desbordan al despedirse en un día de agosto en un México lluvioso. Es difícil decir adiós a compañeros de tantas jornadas. Y regresamos a casa a continuar con nuestra historia pero definitivamente no fuimos los mismos al regresar.

Acabo compartiendo una entrevista a Don Miguel de la Quadra Salcedo, Fundador de la Ruta Quetzal, que le hizo la televisión vasca.
https://www.youtube.com/watch?v=ofvKAd441No&t=95s

Y aquí los episodios del viaje que transmitió Discovery Kids en su momento:
https://www.youtube.com/watch?v=eYGKqGZ-2As

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