Recientemente viajé a ciudad Guatemala. Y viajar, para mí y sobre todo si es hacia Guatemala, siempre es nostálgico. Sin lugar a dudas, conozco perfectamente los abismos del Occidente de Honduras y del Oriente de Guatemala. Y por la misma razón llevo años haciéndome las mismas interrogantes y sigo sin entender por qué y para qué existen aduanas, fronteras, trámites absurdos para pasar de un pequeño país a otro.

Tengo un profundo arraigo y sentido de pertenencia a mi pueblo pero, a pesar de eso, me ha tocado ser una permanente exiliada, desterrada y una extranjera en cualquier parte. He pasado una vida añorando volver a mi cuna, a mi ombligo porque allí viví años felices y es el lugar adonde pertenezco.

Quizás, en general los viajes para mí son nostalgia, son encuentro de uno mismo y de algo más en las otras personas, son posibilidades. San Agustín decía que solo hay una patria: el viaje. El viaje es lo que amplía la experiencia interior y esa experiencia interior permite una mayor autenticidad con los propios deseos, para que se puedan nombrar y sean compartidos. Mi vida interior empezó a crecer entre esas carreteras.  Hoy, revisando archivos viejos, veo que el tema de los viajes entre Hondura y Guatemala y el tema de mi arraigo por mi pueblo es recurrente en mis escritos y esta noche me vi desde niña cruzando caminos.

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