Bajando el abismo
en medio de las piedras del río
bajo el árbol
mi piel se fermenta como levadura.
De vez en cuando lloro con pasión.
No me gusta escucharme siendo escuchada.
Acostumbro a cerrar las puertas
para que ningún fantasma me ataque.
En esta casa
la esperanza es lo único que aún no agoniza.
Confío en que una tarde de viernes
serena de luchas cotidianas
te traerá de nuevo a mi puerta.
Le temo solamente a lo posible:
lo imposible lo conozco demasiado bien.
He prometido mantener esta profesión
secreta
confesional
y envejeceré siendo un espectro de las letras.